POR MIGUEL CARRILLO BASCARY
Son miles las banderas que registra la ciencia que las estudia, la Vexilología. Parecería que tan elevado número da escaso margen para originalidades, sin embargo, la Bandera nacional argentina las posee y por esto se destaca con claridad.
De muy pocas banderas nacidas con anterioridad a la segunda mitad del siglo XX puede indicarse con precisión el día de su primer izamiento. De la argentina se conoce hasta la hora en que comenzó a flamear orgullosamente. Casi sin que se advirtiera su trascendencia futura, el relato que hace Belgrano al Primer Triunvirato sobre los hechos del 27 de febrero de 1812 aporta un panorama preciso de los primeros instantes en que la Bandera nacional confundió sus colores con el cielo de Rosario. Es cierto que hubiéramos querido un mayor detalle de aquel momento, pero pocas naciones del mundo tienen el privilegio de conocer lo que nosotros.
El celeste
Otra peculiaridad de la Bandera argentina es el uso del celeste en su composición. En 1812, existían pocos precedentes de su empleo. Lo advertimos en algunas enseñas europeas; como la del ducado de Baviera o la república de San Marino, por ejemplo. Puede señalarse que en el Río de la Plata se observaba el celeste en la bandera que representaba a la Orden de Carlos III, de la que hay muy escasas referencias. Otros apuntan que el Consulado de Buenos Aires contaba con un pabellón celeste y blanco, por presumible inspiración de su Secretario perpetuo. Desde aquella tarde rosarina son relativamente escasas las banderas que emplean el celeste: algunas por directa inspiración de la argentina (Guatemala y las primeras versiones de las enseñas de Ecuador). En años recientes se difunde, al parecer por influencia de la bandera de Naciones Unidas. Apuntamos: Congo; Botswana; Micronesia; Somalia y Camboya; por caso. Estas referencias desmienten totalmente a quienes pretenden que el celeste no corresponde que sea usado en banderas. La Vexilología lo admite pacíficamente. El error proviene de entender que en el diseño de banderas deben seguirse las reglas de la Heráldica (la disciplina que estudia los escudos), en donde efectivamente se usa sólo el azul.
El sol
Pero la principal originalidad de la Bandera nacional está en el sol, incorporado por orden del Congreso el 25 de febrero de 1818. Este proviene directamente del que aparece en las monedas acuñadas por orden de la Asamblea General Constituyente, en 1813; así fue definido por el Decreto Número 10.203 de 1944. Es un diseño muy característico, único, tiene treinta y dos rayos, alternativamente rectos y ondeados (flamígeros). Se lo conceptúa como un “sol incaico”, directa referencia a las raíces americanas de la nación independizada el 9 de julio de 1816.
Como vemos, los argentinos debemos sentirnos orgullosos de las originalidades de nuestra Bandera.
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