Por Miguel Carrillo Bascary * *
La conmemoración de la Independencia nacional del ya lejano año de 1898 estaba destinada a ser la más memorable que registra la historia de Rosario. Ha transcurrido más de un siglo y ningún 9 de Julio alcanzó un brillo similar en nuestra ciudad.
Aquella Rosario de finales del siglo XIX bullía con la actividad de su pujante comercio y de las masas de inmigrantes que componían la mayoría de su población forjando los cimientos de grandeza de la ciudad y del país. No todo eran rosas, las injusticias sociales anidaban en surcos, talleres y los conventillos; pero todos los espíritus compartían la esperanza de un futuro desarrollo fecundado por el sudor y el trabajo.
Sin embargo Rosario tenía bien en claro su condición de “cuna de la Bandera” y se preparaba para colocar la primera piedra del monumento que aspiraba edificar para exaltación de nuestro símbolo nacional. El 16 de abril se oficializó una comisión popular al efecto, que logró pleno apoyo del intendente Luis Lamas y del gobernador Iturraspe; la presidía Marcelino Freyre. Para suscitar el entusiasmo que permitiera llevar adelante tamaña empresa se tramitó traer a la ciudad nade menos que la enseña que Belgrano legara al pueblo jujeño (ver recuadro). Generosa, Jujuy accedió a compartir con Rosario su principal reliquia.
El 8 de julio el tren especial que traía la Bandera fue recibido en la estación Sunchales (hoy Rosario Norte). Era aguardada por miles de personas en tensa expectativa. Los diarios daban boletines que registraban el paso del convoy por las diversas estaciones.
Escoltada por el cuerpo de guardias nacionales de Jujuy, acompañada por las autoridades norteñas y locales, enmarcado todo el recorrido por una impresionante aglomeración popular, la Enseña llegó hasta la Catedral. Allí y, luego, en el palacio municipal quedó expuesta a la veneración pública, rodeada noche y día por una guardia de honor; mientras casi todos los habitantes de la ciudad pasaban a rendirle tributo.
Clareaba el día 9 sobre el Paraná cuando la ciudad despertó con las salvas de los buques de guerra que saludaban la fecha patria. Cientos de niños que corearon luego el Himno nacional. El programa oficial continuó con Te Deum, que dio paso al tradicional desfile cívico – militar. Por la tarde tuvo lugar la gran ceremonia en la plaza “Belgrano” (recién bautizada así por el Concejo local) que ocupaba el lugar donde por primera vez se izó la “Celeste y blanca” y donde hoy se yergue el Monumento. La bandera reliquia fue llevada al lugar en un carro alegórico y posteriormente se la izó en el mástil dispuesto para la ocasión. Al llegar a su punto más alto una inmensa ovación se elevó desde la concurrencia, estimada en unas 20.000 personas. Acto seguido se proclamó la decisión de erigir el monumento a la Enseña patria y las autoridades asistentes colocaron su piedra fundamental (hoy puede verse en la Cripta).
Fue dable constatar como los sufridos inmigrantes reverenciaron con todo respeto las glorias nacionales representadas en la histórica bandera; la crónica cuenta que las expectativas fueron totalmente superadas ideologías y origen - comprometiendo a toda la comunidad, con el propósito de levantar un digno monumento al principal símbolo de la argentinidad. En aquellos días las instituciones de la ciudad compitieron por presentar espectáculos de todo tipo en adhesión a la irrepetible ocasión.
La bandera permaneció aquí hasta el 12 de julio cuando un silencioso y emocionado pueblo de Rosario la acompañó hasta el tren especial que la aguardaba decorado con los colores nacionales.
El monumento que se proyectaba en 1898, pese al entusiasmo rosarino finalmente no pudo ser construido. Hubo que esperar hasta 1957 para ver inaugurado el que hoy se constituye en verdadero símbolo de la ciudad.
El 9 de Julio de 1898 fue sin dudas distinto, irrepetible; por ello debemos guardar memoria del paso por nuestra tierra de aquella gloriosa bandera histórica, representación palpable del recio espíritu que animaba al general Manuel Belgrano y de su generosidad para con el pueblo jujeño, el que supo dejar todo para preservar la libertad de la Patria.
La otra bandera
Cuando se aproximaba el 25 de Mayo de 1813 el Cabildo de Jujuy solicitó a Belgrano que le prestara la bandera del Ejército para solemnizar la ocasión. El general autorizó el paseo de la triunfante enseña y, queriendo además, retribuir al pueblo jujeño de una manera permanente por los sacrificios empeñados en el Exodo protagonizado en 1812 ordenó que se pintara el escudo de la Asamblea del año XIII sobre un paño blanco. Esta es la “bandera nacional de nuestra libertad civil” (como reza el acta capitular donde se reseñó aquel acto). Desde entonces Jujuy reverencia este lábaro como su más preciado tesoro. Por muchos años estuvo expuesta en la Catedral norteña y desde 1920 se preserva en su Casa de Gobierno.
A fines del siglo XIX era comúnmente confundida con la bandera izada el 27 de febrero de 1812 en Rosario, en este carácter fue recibida en Rosario. Tiempo más tarde se aclaró debidamente su historia y significado. Esta bandera legada a Jujuy es auténticamente belgraniana, como tal se constituye en una de las principales reliquias de la Nación argentina. A partir de una iniciativa del subscripto, la ley Nº4816 de 1994 la reconoció como “bandera oficial” de la provincia de Jujuy.
* Presidente de la Junta de Historia de Rosario y miembro del Instituto Belgraniano de Rosario; vexilólogo.
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